domingo, 4 de abril de 2010

Miguel Grinberg - Opus New York

Quizá sea inevitable que un viejo beatnik, conocido de Allen Guinsberg y encima argentino, se convierta con el tiempo en un difusor de ideas trasecendentales referidas a la meditación, la ecología y el libre fluir energético del mundo.

Para los interesados en lograr la salvación del alma explotando la espiritualidad en un viraje de mil colores, adelante, los invito a meterse en el link de mundogrinberg que acabamos de agregar en los vínculos amigos, pero nosotros, los que hacemos el puchero, nos pintamos de negro.

El libro del que les queremos hablar es un pequeño poemario de Miguel Grinberg, llamado Opus New York, escrito durante una estadía de cuatro meses en ese hervidero tan terciopelo que era la ciudad durante mediados de la década del 60... terciopelo negro, se entiende, y subterraneo.


Existen ciudades que son maquetas, irremediables, pero hay otras tan podridas desde el núcleo, que resulta inevitable que ese hedor fetido termine por colmar la punta más alta de las terrazas. La ciudad-puerto, sin ir más lejos, y cualquiera que se la haya encontrado a solas por el tiempo suficiente sabe que lo que termina por devolverte es el reflejo del punto más pequeño y oscuro en el centro de tus ojos. Una córnea incandescente que le hace frente a todo invierno y toda hambruna aunque pesen sobre los hombros el anhelo de una caricia que no pasa.

Desde Liniers a Valparaiso, todos los puertos del mundo llevan aferrados al vientre a toda una criansa de desamparados y extraviados, de los que sacan charla hasta a los vasos y encuentran en las canciones de Tom Waits su retrato tan cabaret. Pero esos felinos frenéticos también hablan por si mismos y le vienen escupiendo su ideosincracia de guarida a cualquier viento de cambio: Blaise Cendrars, Federico Garcia Lorca, Lou Reed -por solo citar a una santisima trinidad del azufre newyorkino.

Quién sabe qué llevó a Grinberg a viajar Nueva York en 1964, pero se desprende de estos poemas que no fue un paseo de postal. O quizá si, pero una postal de las que nos gustan, la de la foto corrida, la del negativo rasgado, la del grito que retumba y nadie entiende por tu asento, la del techo que gotea y la carnada que te atrapa sin ya nada que perder.


Así voy
despidiéndome de mí mismo.
Postales enviadas sin remitente.

Pienso que hay océanos
al otro lado de edificios.
Recuerdo fotografías
pegadas contra un muro.
Pero la mejor parte del relato
se esfuma.
Deriva inevitablemente
en una maraña de cuerpos
y ruidos carcajadas banderas.
Geográfica nostalgia.
Apenas hilachas dentro del corazón.
Apenas flores solares
empalideciendo como antiguos amores.
Tallos decapitados
por afilados adioses.
La muerte
en el principio de la resurrección.

Una atónita civilización invaginándose,
y de pronto
un subsuelo diferente,
una irrupción al revés,
el volcán del verano
anunciando la respuesta:

estamos aquí para arder.

("Café La Mama" -fragmentos- en Opus New York, editado por aurelia*rivera en 2002)


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